JUAN RODRÍGUEZ, UN AMIGO DE DUYURE

 Juan Ramón Martínez

 


 No conozco Duyure. Tengo pocos amigos allí. Apenas, he estado cerca. A 25 kilómetros, en San Marcos de Colón. Es igual que éste, fronterizo con Nicaragua. De modo que, en su configuración física; e incluso en el carácter de sus vecinos, se aprecia la impronta del ser humano fronterizo. Hasta San Marcos de Colón, hay una carretera pavimentada. Desde allí, la vía es de tierra, que se mantiene en buen estado todo el año. Pero, confirma la incapacidad del estado hondureño, que después de 200 años de independencia, no ha podido; o no ha querido, conectar con vías pavimentadas, todas las cabeceras municipios. Es una deuda pendiente, que se nota en Duyure que, pese a su importancia, no ha recibido la atención que se merece. De repente por la inclinación política liberal, de la mayoría de los vecinos; y de su capacidad para el pacto que ha hecho posible que, el alcalde sea de un partido diferente al del gobierno, que dormita en Tegucigalpa.


Aquí, en este municipio, hace 99 años, nació don Juan Rodríguez Sánchez, un 16 de mayo de 1925. Como parte de una familia campesina, desde pequeño, ayudó en las labores agrícolas de sus padres; pero, despierto, inteligente y curioso, logró que estos lo enviaran a la escuela, donde cursó la primaria. Un éxito para sus tiempos en que, la mayoría de los pobres, no tenían acceso a la escuela primaria, condenados a repetir la indigencia de sus padres. Por ello es que, cuando lo conocí en la década de los noventa del siglo pasado, tenía la mirada firme, la palabra fácil, para compartir sus conocimientos, con quien, desde largo, le parecía una figura rara: un escritor que daba opiniones políticas en los periódicos. Me impresionó, su lenguaje, amplio y generoso; su dicción oportuna y sus registros sonoros. Bien ordenados. Pero, mucho más, sus opiniones políticas: era liberal, seguidor de la izquierda democrática, admirador de los hermanos Reina – Carlos Roberto y Jorge Arturo – y compañero de luchas, con poca cercanía desafortunadamente con el común amigo, Antonio Ortez Turcios.


En nuestras frecuentes conversaciones, antes de ir a sus sesiones de Alcohólicos Anónimos --- porque había logrado zafarse de las garras donde los pobres hipotecan su futuro y el de sus descendientes— pude valorar su innato sentido de la libertad, especialmente de sus opiniones; pero desafortunadamente, no dejó de mostrar que siempre, persistía, en sus visiones del mundo, cierta admiración por el gobierno y sus titulares. De repente entonces, le exigía mucho más de los que un hondureño, de la frontera con Nicaragua, podía dar, en forma de espontánea flor que crece, solitaria, en el desierto de las soledades y los abandonos. Pero aprendí a valorar entonces, su buen juicio, porque pese a su respeto, no dejó de hacerme ver, lo que él creía que eran mis fallas, cosas que acepté con algunas dificultades, cómo es natural.


Un tiempo después, supe que era un artesano, muy hábil, en la construcción de artesones de casas rurales y que, le gustaba la taxidermia. Me regaló – y guardé hasta hace poco— una cabeza de venado, cazado en Duyure que fue motivo de admiración de quienes me visitaban en la casa de campo que tuve durante algún tiempo, en Lepaterique. Él mismo, en un fin de semana, viajó conmigo, en una oportunidad, y tuvimos tiempo de conversar, largo y tendido, como a él le oí decir varias veces. En los últimos 15 años, no le volví a ver, aunque siempre me mantuve informado de su vida y salud. Conocí de sus viajes a El Salvador en donde reside una de sus hijas. Y hablamos por teléfono, varias veces. En su último cumpleaños, lo felicité.


Contrajo matrimonio con Mélida Mercado, también de Duyure con la que procreó a Nidia Francisca, Delia Rosa, Digna Edita, Dinora Lastenia, Alma Iris y Luis Ángel. Su hija mayor, cursó estudios universitarios y enseñó en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la UNAH; y, varios de sus nietos, siguen estudios universitarios. 


La muerte, inevitable y por voluntad de Dios, lo encontró poco después de cumplir sus 99 años. Aunque sabía de sus dolores, creía que era un hombre fuerte y estoico que, remontaría los 100 años. No pude ir a su sepelio. Estas palabras, son un homenaje a su memoria, y un sentido pésame a sus hijos y numerosos descendientes.

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