CUADRANDO EL CÍRCULO: El Sisimite y la libertad de expresión

 Herbert Rivera Cáceres

 

Rafael Heliodoro Valle


Este sábado 25, en dos días, se celebra o conmemora, según cómo le vaya a los que ejercen el mejor oficio del mundo, como lo denominó Gabriel García Márquez, el Día del Periodista hondureño.


Mientras unos asisten a premiaciones, que enaltecen o desprestigian, otros participan en comilonas y bebiatas, y algunos, los menos, reflexionan sobre los riesgos, peligros y amenazas, cada vez más cernida sobre la libertad de expresión, inherente no sólo a todos los comunicadores sino a cada ciudadano.


Por situaciones recientes en las que se ha puesto en boga, ese derecho individual que no privilegio, recordé que hace más de dos décadas en la Universidad de San Pedro Sula, asistía a un curso sobre Comunicación para el Desarrollo en el que destacaba el excandidato presidencial democristiano, abogado, escritor y académico de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Juan Ramón Martínez.


Entre las muchas anécdotas con las que amenizó su cátedra, dos captaron mi atención, la primera fue su argumentación de que existe una estrategia de los corruptos para hacer creer que todos somos iguales de pícaros y así nadie puede cuestionar a nadie y en consecuencia el país es una letrina que no tiene salvación. Palabras más palabras menos.


La segunda fue una respuesta al ser consultado por un compañero sobre su columna en diario La Tribuna y su relación con el dueño, el expresidente Carlos Flores Facussé, y él dejó entrever que éste tenía resquemores en su contra pues en su despacho de magnate lo minimizaba enrostrándole que él llegó adonde el columnista de Olanchito nunca podría llegar.


Anticipé desde entonces un encontronazo de egos, no me atreví a presagiar un desenlace, pero por la morbosidad de conocer más sobre esas animosidades, de cuando en vez he leído a ambos, y sí, con editoriales y “pildoritas” van y columnas vienen, se corroboró en mí, la creencia que ambos convivían, pero no se toleraban.


Así supe que uno divaga en sus diálogos imaginarios con su perro “Winston” y con el mito del Sisimite. Del otro, siempre en “Contracorriente”, supe de su agudeza de libre pensador y crítico conservador de lo habido y de lo inexistente, y en su convicción de sabelotodo y experto escribiendo sobre cualquier cosa.


Finalmente, esa convivencia en las páginas de La Tribuna se acabó esta semana cuando su propietario decidió no publicar más los escritos de “JRM”, como identifica al ex columnista, aparentemente en una reacción ante los cuestionamientos que el de Olanchito hacía al gobierno.


Tal decisión ha sido vista en chats, foros y en conversatorios de amigos, compañeros y afines al escritor cesado, como una violación de la libertad de expresión.


Al margen de un pleito que solo conocen a cabalidad sus protagonistas, las amenazas a la libre expresión han existido siempre, pero lo grave y peligroso es que cada vez son más las presiones en cualquier país para acallar o silenciar, con diversas acciones, al contradictor o al que discrepa con el “statuo quo”.


Como en muchas situaciones el que se siente cuestionado arguye ofensas a su honor y dignidad, vale la pena preguntar si ¿la libertad de expresión es ilimitada o no? y ¿por qué es tan importante defenderla?


Leyes nacionales e internacionales garantizan el derecho de todas las personas a buscar, recibir y difundir información e ideas. a expresar y difundir libremente los pensamientos, y opiniones mediante la palabra, escritos o cualquier otro medio de reproducción. Además, el Estado tiene la obligación de respetar, proteger y promover ese derecho.


Cabe recordar que expresarse sobre cuestiones de interés público es esencial para mantener un debate informado y dinámico en la sociedad, y que las personas desempeñan un papel crucial en cuestionar e inspirar el pensamiento crítico. Es por ello que el derecho a la libertad de expresión protege, incluso, mensajes y declaraciones que ofenden, escandalizan o molestan.


Si se piensa en los límites de la libertad de expresión, es ineludible acordarse de la famosa cita: “Detesto lo que piensas, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, frase erróneamente atribuida al filósofo francés Voltaire, y que pertenece a la escritora británica Evelyn Beatrice Hall, extraída de su obra “Los amigos de Voltaire” (1906).


Durante la Ilustración, Voltaire destacó por ser un crítico feroz de todo lo que consideraba equivocado, no dejando títere con cabeza en sus expresiones. No viene mal acordarnos de él y de esta cita en unos tiempos en los que se cuestiona, censura y opina…y eso se castiga.


El derecho internacional permite establecer límites al ejercicio de la libertad de expresión, si bien estas restricciones deben estar establecidas en la ley de un modo claro y accesible, sólo pueden imponerse para ciertos fines legítimos específicos (como en el caso de la apología del odio, o proteger los derechos de otras personas), deben ser manifiestamente necesarias, es decir, deben ser la medida menos intrusiva que alcance el fin perseguido, y deben ser proporcionales.


Todo discurso que pueda ser considerado como intolerante por un sector de la población debe poder ser cuestionado, pero con medidas que no impliquen la imposición de penas de cárcel. 


El uso de leyes sobre difamación con el fin o el efecto de impedir las críticas legítimas al gobierno a cargos públicos viola el derecho a la libertad de expresión.
Seguramente por todo eso, recién, el 13 de marzo 2024, el Parlamento de la Unión Europea aprobó una nueva ley para proteger a los periodistas y a la libertad de prensa que, entre otras cosas, los protege de interferencias económicas, políticas y gubernamentales.


La nueva legislación busca incrementar la transparencia sobre la propiedad de las empresas mediáticas y sobre la publicidad institucional, y proteger mejor a los periodistas y sus fuentes. 


La nueva ley además proporciona "salvaguardas contra la interferencia política en las decisiones editoriales y contra la vigilancia de los periodistas".


De esa manera, la Unión Europea (UE), reconoce que los periodistas desempeñan un papel esencial para la democracia y deben ser protegidos.


En tanto, aquí ni siquiera han querido derogar una ley impuesta en el narco gobierno que, a través de argucias legales en defensa del honor, busca meter presos a los periodistas que cuestionan o critican el mal hacer en la cosa pública. (POR SUPUESTO, ESTA COLUMNA NO FUE PUBLICADA HOY EN EL DIARIO EL PAÍS, TAMBIÉN PROPIEDAD DE FLORES FACUSSÉ. Herbertrivca@gmail.com)

 

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