LA LIBERTAD DE PRENSA EN HONDURAS (3/4)

 Juan Ramón Martínez

José Ángel Zúñiga Huete, Ministro de Gobernación

I

En el artículo anterior, nos referimos a la confrontación entre José Ángel Zúñiga Huete, funcionario del gobierno de Rafael López Gutiérrez y Paulino Valladares, director de El Cronista. Ángel Zúñiga Huete, conocido por sus amigos como Chángel, “inició su carrera política en 1920 durante el gobierno presidido por el general don Rafael López Gutiérrez, sirviendo primero el cargo de Comandante de Armas y Gobernador político del departamento de Tegucigalpa” (Lucas Paredes, Drama Político de Honduras, pág. 453). 


Después fue ministro de Gobernación. Cómo se confirmaría más adelante, en estos cargos, Zúñiga Huete, empezó a mostrar su talante autoritario y su ánimo para someter a su voluntad a los que criticaran al régimen que servía. Por su parte, Paulino Valladares, era para entonces, la figura periodista más consolidada del país. 


Valladares “Venía desde hacía mucho tiempo presentando a la consideración del pueblo hondureño la personalidad del doctor y general don Tiburcio Carías Andino. Y un día, apareció en las columnas de dicho diario un editorial en el que el atildado escritor censuraba duramente la administración, así como las capacidades de estadista del Presidente de la República, hombre bondadoso, suave, culto, pero infortunadamente inadecuado para Jefe de Estado” (Paredes, 454). 


Ante las críticas, Zúñiga Huete que, se desempeñaba como Ministro de Gobernación, creyó que era la oportunidad de poner en su lugar a Valladares y además, mostrarle a López Gutiérrez que él protegía su nombre y defendía a su régimen.  Libró orden de captura en contra de Paulino Valladares, así como para que incautaran los talleres tipográficos en donde se editaba “El Cronista”. El 13 de septiembre Zúñiga Huete, envió a “El Excélsior”, otro periódico que se editaba en Tegucigalpa, la nota en donde pide que “se anuncie al público, que, habiéndose cometido el delito de difamación y desacato contra el señor Presidente de la República, en un escrito que aparece en el diario “El Cronista” de esta villa correspondiente al 12 del mes en curso, las autoridades de policía han procedido a la captura de los presuntos culpables para ponerlos a las órdenes de las autoridades judiciales llamadas a conocer del hecho, junto con los instrumentos del delito, de conformidad con el artículo 22 de la Ley de Policía y 1.189 del Código de procedimientos; y que el gobierno, consecuente con su norma invariable de respeto a la ley, continuará garantizando la amplia libertad de prensa, sin precedentes en nuestra historia política, que durante la actual administración se ha mantenido en el país, siempre que se conserve dentro de las normas que la Constitución y leyes secundarias establecen” (Paredes, 455).


Igual nota envió al Juez de Instancia Militar y al Jefe de Policía que de inmediato cómo se acostumbraba entonces, rodearon la casa de Paulino Valladares; e, impidieron que nadie se acercara; o, incluso pasara por las calles de enfrente siquiera. La actitud de la policía, incluso llegó al derramamiento de sangre de dos personas que no tenían nada que ver; pero que eran vecinos del barrio y circulaban por el mismo. Para suerte de Paulino Valladares, el ministro iracundo, se tuvo que involucrar en la campaña electoral en favor de Juan Ángel Arias, atacando a Carías Andino y enfrentando a Valladares que para entonces era un fiero defensor de sus aspiraciones por acceder a la presidencia de la república. Por ello, Paulino Valladares no entró a la cárcel. Pero Chángel, confirmó con sus pretensiones, su carácter autoritario que ha hecho pensar a más de algún historiador político que, si hubiese ganado las elecciones de 1932, el dictador no habría sido Carías, sino que él, José Ángel Zúñiga Huete.


II


A finales de la década de los treinta del siglo pasado, Honduras pareció vivir el mejor tiempo democrático de su historia. Pese a la huelga bananera de 1926, la crisis del capitalismo estadounidense de 1929 y el crecimiento de la delincuencia individual, las instituciones democráticas parecían encaminadas hacia la consolidación. Miguel Paz Barahona, había sido sucedido por el liberal Vicente Mejía Colindres y éste, en 1933, le había entregado el ejecutivo a Tiburcio Carías Andino.

 

 
 Medardo Mejía
 
 Culturalmente, el país vivía una renovación singlar que nos dio la generación de 1935, posiblemente la más grande e influyente de la historia nacional; y sus obras, entre las que se destaca la modernización de los periódicos y revistas, mayor ejercicio crítico y discusión de los problemas nacionales. Después de “El Nuevo Tiempo”, dirigido por Froylán Turcios, el mejor periódico de entonces era “El Sol” bajo el liderazgo de Julián López Pineda y la revista “Renacimiento”; y tras ésta, el grupo del mismo nombre que hacía propuestas de cambios culturales en el país, hacían creer – como en efecto así lo era – que estábamos a las puertas de un proceso de estabilización democrática de interesantes alternativas económicas para la joven república hondureña. El gobierno de Carías Andino, después que lo había hecho Manuel Bonilla, atrajo a la mayoría de los periodistas e intelectuales. Carlos Izaguirre, se convierte en el mecenas cultural, apoyando con becas a jóvenes inteligentes que ingresan a Tegucigalpa para cursar estudios; o viajar al exterior. Y en el diario “La Época”, los intelectuales orgánicos del país, hacen armas en la defensa del régimen, exaltando la necesidad de la paz, para lograr el desarrollo. Este periódico, bajo la dirección de Fernando Zepeda Durón, no sólo es el vocero, sino que la oportunidad para que los intelectuales puedan escribir y publicar sus ensayos y propuestas políticas y culturales. Era el único periódico que se publicaba en Tegucigalpa, con dimensión nacional y de obligada lectura para los correligionarios del gobernante. Pero la preminencia de “La Época”, hace que, durante el régimen de Carías, sólo otro diario en San Pedro Sula pudiera circular – “Diario Comercial”, propiedad de la United Fruit Co.— y los semanarios, que, con gran prudencia, los escritores que no eran seguidores de Carías Andino, publicaban en las ciudades periféricas del país, evitando la censura que estuvo vigente en la dictadura, absteniéndose de hacer crítica alguna al régimen e incluso, evitando darle sugerencias, viendo para otro lado. Sólo, después de concluida la II Guerra Mundial, es que en SPS, varios intelectuales y profesionales que intentaron publicar un periódico, fueron expulsados del país, hacia Guatemala. Madrid, Figueroa, y otros, son algunos intelectuales que son las víctimas de un régimen que no aceptaba ningún tipo de crítica. Ramón Amaya Amador, deja Honduras y se establece en Guatemala, atraída por la revolución que dirigía entonces el presidente Juan José Arévalo. Es decir que la censura, funcionaba; y los que querían sobrevivir, entonces a la dictadura, necesitaban dedicarse a la literatura y silbar al viento, orientando los ojos fuera de la realidad. Los más resistentes, sin embargo, abandonaron el país o fueron expulsados del mismo por la dictadura y desde el exterior – México especialmente – ejercieron el periodismo crítico, develando la naturaleza del régimen que, por tal razón, gozó de muy mal imagen entre las publicaciones del exterior, tanto de México como también de los Estados Unidos. El principal crítico del régimen fue José Ángel Zúñiga Huete, candidato perdedor de las elecciones de 1932 y le acompañaron en la tarea, entre muchos otros, Alfonso Guillén Zelaya, Medardo Mejía, Óscar Castañeda Batres, Jacobo V. Cárcamo, Ricardo Diego Alduvín y Rafael Heliodoro Valle. La actividad de los intelectuales en contra del régimen de Carías Andino, tuvo efectos exteriores muy significativos. La prensa de México y los Estados Unidos, fue adversa al gobierno de Carías; y éste, en la soledad de su mandato, sólo tuvo la suerte que, las críticas se las hacían desde el exterior porque en el interior, la calma era tal que podía dormir tranquilo, leyendo los telegramas que formaban parte de “La Época” y los artículos de opinión en donde los intelectuales orgánicos y sus jóvenes discípulos, le atribuían virtudes tribunicias, le llenaban de elogios romanos y le convencían que Honduras, jamás podría vivir tranquila, sin su augusta presencia dirigiendo los destinos nacionales. De modo que para 1947, ya había decidido que Juan Manuel Gálvez, le sucediera y que, en 1954, era la oportunidad para el regreso. Claro, para entonces faltaba algún tiempo, pensó. Dios está conmigo; o soy el propio Dios, se dijo, antes de dormir, bajo la plácida tranquilidad de Zambrano, donde descasaba los fines de semana.

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