¿QUÉ PENSAMOS LOS HONDUREÑOS?

 Juan Ramón Martínez



De repente, la pregunta está mal planteada. Debí, escribir, sí pensamos los hondureños. Suponer que lo hacemos, sin pruebas es, un atrevimiento. Y más, cuando estoy leyendo una entrevista de Richard Ford, estadounidenses nacido en Jackson, Mississippi, Premio Princesa de Asturias 2016; de paso en Madrid, promoviendo su última novela, que sostiene que “la idea central de los estadounidenses es la búsqueda de la felicidad”, con el agregado protestante que, esa felicidad, la tienen que construir todos -- en su día a día--, sin confiar más que en Dios, porque el gobierno incluso, puede ser un peligro. Por lo que hay mantenerse, “ojo al Cristo”. Borges dijo que ser feliz es, una obligación.  Es decir, “vivir sin miedo”.


Dos ideas se me ocurren. En nuestra Constitución, no se menciona, ni una vez, la palabra felicidad. En la de Estados Unidos, capitalista y cristiano, ocupa el lugar principal: el gobierno tiene que respetar la libertad individual, facilitando la construcción de esa felicidad. La Constitución hondureña, construye al gobierno. La de EEUU, defiende los derechos ciudadanos, el ejercicio de la libertad, el control del gobierno; y, la protección mediante las armas – derecho muy relevante y legal allá y aquí también en Honduras; pero aquí para protegernos unos de los otros, no del gobierno – y la creencia, según Ford, que lo que “los une es la moneda”, el dólar, cuya frase paradigmática es “En Dios confiamos”. Y, en nadie más. Mientras aquí, antes que, en Dios, confiamos en el caudillo, el secretario del caudillo; o el mandadero del caudillo. Y, lo que nos une, es el odio a la otra pandilla; la del otro lado de la calle.


Siguiendo a Ford, mientras su sociedad, confía en Dios; y, en ellos mismos, nosotros confiamos en la providencia, una suerte de Lotería Divina; en que, desde la cultura de la pobreza, celebramos secretamente las desgracias ajenas, -- porque siendo todo limitado--, las desventuras que le llegan a los demás, no tocarán a nuestra puerta.


Me corrijo. Debo aceptar que hay un pensamiento hondureño: conjunto de ideas que animan; o, paralizan. Eso sí, poco estudiadas. Hay algunos trabajos sobre las ideas políticas; pero incompletos. Además, las ideas políticas, no gobiernan el comportamiento colectivo. 


En este primer esfuerzo, quiero agachar la cabeza y buscar, en el hombre común, en el habla popular, en las anécdotas familiares, en las historias de éxito y fracaso, en las celebraciones y en fiestas, ideas orientadoras. Para la acción; o, la dependencia. Por mientras iniciamos este buceo, -- dentro de nosotros--, que requerirá de varias o muchas inmersiones mías; o de los colegas, nacionales o extranjeros, es necesario reconocer que la sociedad hondureña ha estado sometida a muchos cambios: ha crecido la población –  somos cerca de diez millones –, la pirámide de la edad se ha modificado: la mayoría son jóvenes, los viejos hemos aumentado; la mayoría mujeres; y, vivimos, mayoritariamente en ciudades. Ha aumentado la escolaridad, se ha disgregado la familia, la madre ha sido sustituida por la abuela; y, lo más importante, los católicos, somos minoría. La mayoría es, evangélica. En 1970, le dije a Monseñor Enrique Santos que había que prestarle atención al fenómeno. Me vio, como un peligroso anunciador de desgracias. Ahora, la clase media que quiere prosperidad y éxito, ha dejado los templos vacíos; y sólo los pobres, mayoritariamente, visitan la Virgen de Suyapa; o, los que, quieren salir en la fotografía; o, en la TV.


La primera idea, es que no creemos que somos hijos de Dios. Menos que, tengamos derecho a la felicidad, -- a unas relaciones seguras--, en donde el ejercicio de la libertad no será amenazado por nadie. Nos afecta, un terrible complejo de inferioridad; que, incluso, lo expresan hasta los más “tufosos encorbatados”. Esa inseguridad, hace que el pensamiento central, sea que, “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”. Por ello, la clase media alta y media, pone sus hijos en escuelas privadas y selectas, buscando nuevas relaciones, árboles frondosos, donde sus hijos, puedan acogerse; y, salir adelante. Incluso, yéndose con visa a Estados Unidos. 


Una conclusión: las ideas centrales que manejamos, nos empujan hacia la dependencia. Del amigo, del caudillo; y del gobierno. El marxismo, es una racionalización para el “éxito” de muchos, que disimula la dependencia, creyéndose libres, cuando sólo cambian de collar.

Comentarios

  1. Muy cierto.Los hondureños somos la sociedad de la queja,además.Y,no tenemos un norte claro

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  2. Los hondureños llevamos incorporado el chip (estigma cultural) de la dependencia, del atraso, de la creencia, fomentada por politicos de que alguien mas es el responsable de nuestra suerte.

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