LA PASION LECTORA 2/2

 Ramón Oquelí

 

 

Jean Racine

 

 Su arte es de “una calculada tensión. En la mente surgen toda una clase de imágenes: la tensión en inherente reposo del mármol y la rapidez del movimiento representado por la escultura griega, el contrafuerte, la potencia contenida de su fuelle de acero. Racine pertenece a esa familia de genios que trabaja con mayor facilidad dentro de unas convenciones restrictivas. El sentimiento de lo dramático que experimentamos al escuchar las “variaciones Goldberg” es de un orden parecido: una intensa fuerza que se canaliza a través de salidas estrechas y complejas. Se mantiene un controlado equilibrio entre la fría severidad de la técnica y el empuje apasionado del material. Racine derramaba metal fundido en sus formas inflexibles. Uno espeque en. En cualquier momento, la estructura vaya a ceder bajo la presión, pero resiste, y esta espera es por si misma conduce a la emoción. A veces la preocupación sobre la estructura puede llevar al artificio. El papel de Erifilia en “Epigenie” se hace necesario para el contrapunto y equilibrio de fuerzas. Pero teatral y psicológicamente no es convincente. En Racine es raro este tipo de fallo. Casi siempre es capaz de armonizar el modelo de la acción trágica con la demanda de la forma clásica”

Simone Weil

 


“Los cuatro dramas principales de Racine son estudios sobre mujeres: “Berenise” / “Phigénié”, “Phedre” y Athalie”. Después de esta, no volverá a escribir para teatro. Tenía únicamente cincuenta y dos años; sin embargo, su silencio no tuvo en absoluto el sentido de una derrota que marco el final de la carrera de Corneille. Era el desencanto supremo de un dramaturgo que había amado el drama, pero nunca se fio del escenario”

 

EL PRODIGO FORJADOR DE PALABRAS


Racine no utiliza más de 2 mil vocablos diferentes, Shakespeare 20 mil. “La diferencia es ontológica. Revela dos conciencias y cosmovisiones radicalmente distintas. La de Shakespeare es prodiga, abierta y fluida como el torrente de la vida; la de Racine es un todo perfectamente cerrado. Una obra de Shakespeare es un texto rebosante de posibilidades diversas, abierto a la innovación, a la transformación, siempre provisional. Las imágenes de ambos hombres son antitéticas” La condensación hace posible “la armonía estilística de Racine”


“Shakespeare puede ser “desigual, confuso, desastroso, inferior a sí mismo, como la materia humana”. “Sus representaciones están impregnadas de una sustancia turbulenta, vulnerable, incesantemente cambiante, patética, risible, infinitamente conmovedora que dominamos el cuerpo humano”. Es tragicómico hasta la medula, como nuestra propia existencia. Sabe que alguien está naciendo muy cerca de la casa de la muerte, o incluso en su planta baja. Que nunca hay solo o mediodía” Es el incomparable, “el prodigo forjador de palabras”. “Nuestra sensibilidad, nuestra capacidad para oír todas las tonalidades de la lengua no están a la altura” de las suyas. (Después de Babel, FCC, México 1980, pág. 209)


Dio muestras de “una capacidad para expresar el mundo que no encontramos en ningún otro hombre o en ninguna otra mujer. En su caso, y hasta donde somos capaces de imaginar, la sinapsis del lenguaje se retículan, se adentran en proximidades y energía de interacción y de construcción fuera de lo común. Tanto el cuerpo como la menta, la sensación como la concepción, adoptan una apariencia lingüística en el umbral de la conciencia o, en cierto sentido, inmediatamente previo a ella, ejercen una presión sobre las posibilidades de los significados deliberados, sobre la metáfora y la imagen. Como si la capacidad de Shakespeare para reclutar y representar interiormente a las palabras fuese capaz de enjaezar no solo su etimología y su historia anterior, sino también el ambiente y las posibles relaciones  denotativas y connotativas, las asociaciones fonéticas aun sin explotar y las reservas latentes en el hallazgo de lo incoativo, Como ningún otro animal lingüístico, Shakespeare supo tejer con la suma  de la realidad psicológica y material, de las cosas que son nuestro mundo, una red de palabras y sintaxis. Los lenguajes especializados – jurídico, militar, comercial, teatral, erótico, político, jergal, -- crean un tejido capaz de relacionar infinitos aspectos y una asombrosa riqueza conceptual con la cambiante vitalidad de los asuntos humanos. En los parlamentos de Shakespeare existe una relación dinámica entre raíz y la rama. Sus textos “continúan desafiando todo intento de síntesis o diagnosis completa. Son siempre nuevos en su producción, representación, edición o critica. La lengua inglesa se ha convertido, en su estela, en lengua universal”.


HEIDEGGER Y SIMONE WEIL

 

 Es frecuente el total menosprecio a Heidegger por su acercamiento al nazismo. Steiner coincide con Hanna Arendt en su admiración por el gran pensador, explicando aquellas debilidades como una constante iniciada por Platón: “la fascinación que la tiranía y hasta lo inhumano ejercen sobre la alta abstracción”, las afinidades “entre el más alto pensamiento y la abyección”. (Spire, Antoine: La barbarie de la ignorancia. Mario Muchnik, Madrid, 1999, págs. 85-86). Heidegger es “maestro inspirado” que seguirá siendo estudiado durante los próximos siglos. En el nuestro, ha sido uno de los grandes lectores, junto a Benjamín, Lukács, Borges.


Ante las pensadoras, su favorita es Simone Weil. Su presencia es de cualquier punto de vista “fascinante. Hay frases, incluso paginas completas, en sus escritos que detienen el pulso por su enardecida y lacerada humanidad (una vieja traba judicial), por la aguda aspereza de su visión filosófica o social. Una visión nocturna, posa si decir, de consciencia insomne. “La gravedad y la gracia” no desmerece en absoluto del mejor Kierkegaard. “Echar raíces” sigue siendo un argumento profundamente sugestivo, dotado de una claridad en relación con la política que no se limita a recordar la de Kant. Hay momentos, de suprema inteligencia moral en los cuadernos y las cartas de Weil. Nuestros hostigados tiempos serían mucho más pobres sin la “antropología” vivida de Simone de Beauvoir, sin las diagnosis político literarias de Hannah Arendt. Pero, de los grandes y trascendentes espíritus femeninos, es el de Weil, a mi juicio, el más claramente filosófico, el que mejor conoce la “luz de la montaña” (como diría Nietzsche) de la abstracción especulativa. En ese aire frio, el incienso esta fuera de lugar”. (Pasión intacta. Siruela, Madrid, 1997, pág. 174).


UN ABSURDO POR EL QUE VIVIR Y MORIR

 

Isaiah Berlín


Steiner se enorgullece al constatar la extensa lista de judíos sobresalientes, desde Moisés hasta el primer organizador de un supermercado, y Woody Allen. Pero este fervor no lo lleva a justificar la tortura que en Israel (Estado al que califica de “milagro triste”) se aplica a los enemigos peligrosos. “Étnicamente los judíos son, como cualquier otro pueblo, gente mezclada. Quizá algo menos mezclados y algo más distintos biosocialmente que otras comunidades. (¿Existe la raza en un sentido verificable?) pero híbridos de todos modos. La larga historia de los judíos, como la de, por ejemplo, los chinos, es resultado de una peculiar interacción de aislamiento y presiones externas”. “¿Ha valido la pena la supervivencia de los judíos, habida cuenta del costo que por ello han tenido que pagar?”.


“Tres veces en la historia occidental, los judíos han luchado por presentar ante la conciencia humana el concepto del Dios único y las consecuencias morales y normativas de ese concepto. Rigurosamente aprehendido, el Dios de Moisés es inconcebible, incomprensible, invisible, inalcanzable, inhumano en el sentido estricto de la palabra. Es absoluto como el aire del desierto. Si hay una teología judía, esta es negativa. Allí donde el politeísmo, principalmente el helénico, puebla cada hoja, cada rama y cada roca de vecinos divinos, pródigamente inmanentes, humanos -demasiado humanos en su vanidad, en sus ardides, en sus obscenidades-, el Sinaí vacía el hábitat natural del ser humano en toda proximidad discernible de lo divino. Exige la máxima abstracción, condena las imágenes y transforma la imaginación en blasfemia. La metáfora, mediante la cual habitamos y dramatizamos nuestro cuestionamiento de la realidad, mediante la cual tendemos puentes sobre el abismo de lo desconocido, ha sido arrancado de cuajo”.


“El segundo llega con el sermón de la montaña. El mensaje es, principalmente, un compendio de ordenes minuciosamente estudiadas de la Torá, de los Salmos y de los Profetas. Pero el rabino-prodigio y salvador de la fe de Galilea llega más lejos. Exige a los hombres y a las mujeres un altruismo, un dominio de sí mismos “antinatural”, contrario a los instintos, ante todo aquel que nos injurie u ofenda. El único precedente de este ideal puede leerse entre líneas en algunas sentencias, difíciles de interpretar, atribuidas a Sócrates. Debemos, además, compartir o regalar nuestras posesiones terrenales, convertirnos en mendigos, si es necesario, en beneficio de los desposeídos. La propiedad, por no hablar de las recompensas mundanas es una injusticia (o, como diría Proudhon, un “robo”). Estos son importantes saltos cuantitativos que surgen del judaísmo de Moisés, pero que también lo superan. La petición de Jesús de que ofrezcamos la otra mejilla, de que perdonemos a nuestros enemigos y perseguidores -no, de que aprendamos a amarlos-, es casi inconcebiblemente contraria a la esencia humana. Con estos requerimientos, Jesús se convierte en Cristo y enmienda los instintos elementales, especialmente los de venganza, en su propia condición judía. La infinita misericordia de Dios, su capacidad de perdón, se exponen en la Torá y las profecías, pero también se muestra su inclinación por una equidad inflexible en la retribución. El impulso profundamente natural de vengar la injusticia, la opresión y la burla tienen un lugar en la casa de Israel. El rechazo a olvidar la injuria o la humillación puede apaciguar el corazón. El mandamiento de amor total de Cristo, de entrega al agresor, es, en sentido estricto, una monstruosidad. La victima debe amar a su verdugo. Una proposición monstruosa. Pero una luz surgida de los insondable. ¿Cómo pueden cumplir semejante precepto los hombres y las mujeres mortales?”.


“La tercera llamada a la puerta es la del socialismo utópico, principalmente en su vertiente marxista. Junto con el cristianismo, el marxismo es otra de las herejías primordiales del judaísmo. La aportación teórica, practica y personal de los judíos al socialismo radical y al comunismo pre-estanilista es claramente desproporcionada (véanse cuántos de ellos figuraban entre los primeros mencheviques y bolcheviques o entre los miembros de la izquierda utópica y de los movimientos revolucionarios en toda Europa Central). El marxismo seculariza, convierte “a este mundo” en una tierra donde prevalece la lógica mesiánica de la justicia social, la del Edén abundante para todos, la de la paz. En sus famosas notas manuscritas de 1840, Marx, tan rabínico en su alboroto y en sus promesas, predica en orden en el que la moneda de cambio deje de ser la del lucro y las posesiones: “el amor se cambiara por amor, la confianza”.


“Hoy, el comunismo y el socialismo utópico coercitivo parecen desvanecerse; la Esparta del “Kibbutz” absoluto difícilmente puede sobrevivir. Pero los antiguos dictados de perfección, de anulación personal, la exigencia de un reino de justicia absoluta aquí y ahora aún resuenan. En las bocas de los que vagan errantes y despreciados, de vagabundos locuaces a quienes Dios ha creado incurablemente enfermos de recuerdo y de futuro”. “…. Un tal Liew Davidovich Bronstein (conocido también como Troski)” profetizó “el hombre será inconmensurablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se tornará más armónico, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodiosa. Los modos de vida serán intensos y dinámicos. El ser humano medio alcanzara la categoría de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Y sobre este risco se alzarán nuevas cimás”. Este texto, agrega Steiner, fue “escrito en el fragor de batallas tan encarnizadas como la de Josué. Absurdo, ¿Verdad? Pero un absurdo por el que vivir y morir”.


EL VÁNDALO EN UNA CASA DEL SER


“Todos somos invitados de la vida. Ningún ser humano conoce el significado de su creación, salvo en el sentido más primitivo y biológico. Ningún hombre, ninguna mujer conocen el propósito, si es que posee alguno, la posible significación de su “arrojamiento” al misterio de la existencia. ¿Por qué no hay nada? ¿Por qué soy? Somos invitados de este pequeño planeta, de un tejido infinitamente complejo y acaso aleatorio de procesos y mutaciones evolutivas que, en innumerables lugares podrían haber sido de otro modo o podrían haber presenciado nuestra extinción. Y hemos resultado ser invitados vandálicos, que asolamos, explotamos y destruimos otros recursos y a otras especies. Estamos convirtiendo en un vertedero de residuos tóxicos este entorno de extraña belleza, intricadamente organizado, y también el espacio exterior. Hay vertederos de basura en la luna. Por inspirado que sea, el movimiento ecologista, que junto con la reciente sensibilización hacia los derechos de la infancia y de los animales constituye uno de los capítulos más luminosos de este siglo, tal vez hay llegado demasiado tarde”.


“Pero incluso el vándalo es un invitado en una casa del ser que no ha construido y cuyo diseño, con todas las connotaciones del término, se le escapa. Ahora debemos aprender a ser mutuamente invitados los unos de los otros en lo que queda de esta herida y super poblada tierra. Nuestras guerras, nuestras limpiezas étnicas, los arsenales para la matanza que florecen incluso en los Estados más desvalidos son territoriales. Las ideologías y los odios mutuos que estos generan son territorios de la mente. Los hombres se han asesinado desde siempre los unos a los otros por una franja de tierra, bajo banderas de distintos colores que enarbolan como estandartes, por pequeños matices en sus lenguas o dialectos”.


Dentro de las barbaries, algunos tienen el privilegio de contemplar maravillas. Tal como lo hizo Simone de Beauvoir, al final de sus memorias, Steiner evoca “el latigazo de la cambiante línea de colores en ciudad de El Cabo, cuando el malva del océano Indico se encuentra con el verde del Atlántico Sur; el gigantesco montículo de Itaca bajo la primera luz del día; la incendiaria puesta del sol, las dunas convertidas en cobre fundido del Neguev; el estruendo submarino de las corrientes que azotan los acantilados de Etretat en la costa normanda; las carreteras hundidas que aparentemente no conducen a ninguna parte o conducen a las ciudades fantasmas de Nevada; la formación de una tormenta en esa bahía futurista de Hong Kong; las brasas candentes, diminutas, en los ojos de los chacales que se mantienen lejos de la hoguera desde una cabaña en el parque nacional de Kruger; el olor a azufre y a sal en la tundra de Islandia (¿Existe lugar más fascinante?); el clamor de miles , de decenas de miles de pasos que acompañaban el cortejo fúnebre de Winston Churchill en un Londres antes del alba, por lo demás totalmente sumido en el silencio; los conos volcánicos flotando literalmente, como góndolas talladas en nieve, entre la venenosa nube de humo que cubre la ciudad de México”. “Me he pasado la noche bajo la lluvia, calándome hasta los huesos, para ver un instante a mi amada doblar una esquina. Puede que ni siquiera fuera ella”.


Ciudad Universitaria, octubre, 2000

 

 

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