LA LIBERTAD DE EXPRESION EN HONDURAS, UNA APROXIMACION HISTORICA (1/4)
Juan Ramón Martínez
Juan Ramón Molina, el más grande poeta hondureño.
Durante, el periodo que va desde la independencia, hasta el momento en que Policarpo Bonilla crea la “Prensa Popular”, en Honduras no hubo periodismo; ni ejercicio de la libertad alguna. Entendido periodismo como vigilancia crítica del ejercicio del poder. Los escritores, fueron funcionarios que redactaban boletines, discursos; o, dirigían “La Gaceta” del Gobierno que, además, aprovechaban las ventajas gubernamentales, para publicar sus obras literarias, editar semanarios para dar noticias; y celebrar cumpleaños o conmemorar fallecimientos o viajes prolongados. E, incluso, hacer tareas de difusión literaria y cultural muy importante para el país y su población. Pero, aunque la imprenta privada, permitió la edición de hojas sueltas y uno que otro semanario, no había la cultura de expresar opiniones; y, menos, aceptar que la crítica era un derecho natural para la búsqueda de una vida social y política mejor. Eso va a ocurrir, al pasar el país, al siglo XX y durante el fin del gobierno de Policarpo Bonilla y el inicio del gobierno de Terencio Sierra, durante el cual, se expresará la libertad de opinión desde una sociedad que empezaba ser diversa y, se van a notar, las primeras expresiones de intolerancia de los gobernantes que nunca antes habían enfrentado, la crítica cívica, desde periódicos o balcones en celebraciones patrióticas.
“Por los años de 1898 a 1900 existían en Honduras los periódicos que luego enumeramos: La Gaceta, El Pabellón de Honduras, La Unión, El Diario, El Cronista y Diario de Honduras, en Tegucigalpa; El Pueblo en Comayagua; La Paz en Juticalpa; El Piloto en Danlí, El Eco de El Paraíso, en Yuscarán; El Occidental, en Santa Rosa de Copán; La Propaganda, en Santa Bárbara; El Municipal en La Ceiba y El Pacífico, en Choluteca” (Víctor Cáceres Lara, Astillas de Historia, 1992, pag.62).
De todos los periódicos mencionados, sólo el Diario y El Cronista dirigidos por Alejandro Miralda y Juan Ramón Molina, podían ser catalogados como independientes. Los otros eran amigables comunicadores del régimen, editados y dirigidos por personalidades cercanas al gobierno; que, incluso, recibían el favor de las imprentas públicas, que les editaban algunas veces o siempre, gratis sus publicaciones. Y los semanarios que se editaban fuera de Tegucigalpa, sólo se ocupaban de noticias locales, sin mayor trascendencia o interés político. Se exceptúan, El Pueblo de Comayagua, La Paz de Juticalpa, que intercambiaban opiniones e incluso polemizaban a la distancia, cosa que por primera vez se veía en el país. El Diario y El Cronista, disputaban por el favor de los lectores, intercambian ironías e indirectas cómo se acostumbraba entonces. Molina era un “tremendo polemista, crítico literario estilo Fray Candil y mordaz censor de las costumbres de la época” (Cáceres Lara, 62)
General Terencio Sierra, Presidente de Honduras
En efecto Molina, es el primero en ejercer con mordacidad exquisita, la crítica de la vida social, el desempeño de los gobernantes; y de consiguiente, recibir, las primeras manifestaciones de incomodidad e intolerancia gubernamental. En la campaña electoral de 1899, para elegir al sucesor de Policarpo Bonilla, Juan Ramón Molina, se destacó como ferviente seguidor de Terencio Sierra, el candidato del gobierno y, por ello, inevitable triunfador. En la toma de posesión de Sierra el 1 de febrero de 1899, durante los actos de celebración Molina, alterado por los efectos del licor, al hacer el brindis, ante el nuevo gobernante, se permitió la ligereza de hacerle en público, recomendaciones al nuevo gobernante, en el ánimo de conducir por nuevos senderos su nueva administración. “Sierra no admitía esas intromisiones, montó en cólera y sin importarle la presencia de las damas y caballeros de la mejor sociedad, ni la adhesión sincera y probada de su amigo político y personal, lo hizo echar de palacio” (Cáceres Lara, 75).
Juan Ramón Molina, no usó el periódico que dirigía para mostrar su disgusto. Se traga, disciplinadamente el agravio. Es, hasta en abril de 1900, que publica el apólogo de Benjamín Franklin, “Un hacha para afilar”, en el que destaca:
“Cuando veo un individuo que trata de engañar al pueblo con grandes protestas de su amor por la libertad, y que en su vida privada es un tirano, pienso para mí: ¡Cuidado, pobre pueblo, ese hombre quiere le deis vueltas a la piedra de afilar!
Cuando encuentro un hombre elevado a una alta posición por el espíritu de partido, sin tener ninguna de las cualidades que pueden hacerlo respetable o útil a su país, no puedo menos que exclamar: ¡Pobre de ti, inocente pueblo!, te han condenado a servir al hombre que tiene un hacha de afilar”.
Ardió Troya. El Presidente Terencio Sierra montó en cólera; y, se dio por ofendido. El día siguiente Juan Ramón Molina fue llamado al Cuartel San Francisco para interrogarlo, amenazarlo; y, señalarle que el gobernante no perdonaba tales faltas de respeto. El oficial Francisco Flores, le dijo a Molina: “Estoy dispuesto a darle una gran fregada, si continúa atacando al gobierno. Yo soy amigo del Presidente, y no aceptaré que se le ataque. Yo sé que usted es hombre; pues yo también lo soy, y estoy dispuesto a matarme en cualquier terreno. Son muy abusivos. Se les da toda libertad de imprenta y lo que hacen es atacar al gobierno. Yo se lo digo: le voy a dar una fregada”
Los pormenores del asunto los dio Molina en dos artículos de “Diario de Honduras”, publicados con el título de “Un Atentado Inaudito”. En el segundo de ellos, inculpaba al Presidente Sierra del incumplimiento de una Constitución que él mismo había firmado como Diputado por Tegucigalpa, el 14 de octubre de 1894, y después de varios conceptos, esculpía el siguiente: “La libertad de imprenta no es una concesión, sino una garantía constitucional; no es un obsequio que hacen los gobernantes sino una conquista que han alcanzado los pueblos, después de ir cayendo y levantándose tras la sombra de la civilización. Ningún gobierno ha caído porque la ha respetado, sino por lo contrario”.
Juan Ramón Molina fue encarcelado. El 11 de abril de 1899, seis días después de la publicación de “El Hacha de Afilar”, “El Diario de Honduras”, dijo que “No pudiendo el señor Juan Ramón Molina continuar con la dirección de este diario por motivos que no es necesario apuntar, desde esta fecha, el Editor responsable será su propietario. No se crea que, porque el señor Molina se retira de la redacción, el periódico va a decaer, no; procuraremos darle nueva organización, procuraremos suplir en lo posible la brillante pluma que lo dirigía y hacerlo tan ameno como antes; procuraremos seguir el método adoptado para su publicación, y dar, como antes, detallado conocimiento de los acontecimientos verificados dentro y fuera de la República” (Cáceres Lara, 78).
Se había producido, la primera ofensa de la libertad de imprenta, en la figura del más grande poeta hondureño. Cuatro años después, al inaugurarse el gobierno de Manuel Bonilla, enemigo de Terencio Sierra al que, había derrotado militarmente en la batalla de El Aceituno, en la que participó Juan Ramón Molina. En agosto de 1903, Molina, dirigía el periódico El Día. En ocasión de la puesta en libertad del general Guadalupe Reyes, seguidor de Sierra; y, en consecuencia, enemigo de los nuevos gobernantes, entre los que se encontraba el primer poeta hondureño, escribió, con enorme sentido de venganza, usando un lenguaje que algunos consideraron indecente, en la edición del 8 de agosto de 1903, los versos siguientes:
“Si Terencio hubiera dicho:
¡Mata a tu madre!
La mata aquel salvaje…
¡Cómasela!
Se la come enseguida...
Y se hubiera quedado riendo, con su rostro de bestia irresponsable
Mientras los sesos de la que le dio el ser, después del hartazgo
Canibalesco, se le escurrían por las comisuras de las jetas”
En 1907, derrotado Manuel Bonilla en la Batalla de Namasigüe, en la que participó su enemigo Terencio Sierra, el Presidente y sus principales colaboradores, emprendieron el camino del exilio. Molina salió del país. Encontrándose en San Salvador, exiliado, el doctor Fausto Dávila, -- su amigo y protector-- le informó que Terencio Sierra había muerto en Nicaragua. Molina, le dijo: Vea, Doctor. No pierdo la esperanza de ir a mearme a la tumba de ese bandido. Molina, no pudo honrar sus palabras. Murió, poco después, en noviembre de 1908. Los que admiramos a Molina y respetamos su ejercicio libertario, debemos honrar sus palabras; e, irnos a orinar en la tumba de Terencio Sierra en Diriamba, Nicaragua. Y confirmar así, que el ejercicio periodístico, es siempre control y vigilancia del poder. Siempre.
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