LÓPEZ ARELLANO, ELUSIVO PERSONAJE, BAJO LA ÓPTICA DE MARIO ARGUETA

 Juan Ramón Martínez


Oswaldo López Arellano (OLA) es junto a José María Medina y Tiburcio Carías Andino, uno de los tres políticos hondureños más influyentes de la vida política en toda la historia republicana.  Medina, domina el escenario político, en la segunda gran crisis partidaria que sufre el país, a mediados del siglo XIX; Carías Andino, controla la vida política por cerca de veinte años seguidos en el siglo XX. En cambio, López Arellano es la figura más relevante que, desde la institucionalización militar, domina la vida política partidaria, erigiéndose en pivote de la actividad política, y monopoliza la violencia permitida, en un periodo que va desde 1963 hasta 1975. Medina y Carías Andino, enfrentaron las crisis desde sus tiempos; y, desde posturas militares intervinieron en las diferencias partidarias, López Arellano lo hace en nombre de una institución pública, colocada por encima de los partidos; y, bajo un discurso nacionalista en el que, al tiempo que predica la paz y la tranquilidad, defiende la democracia justificando con ello la comisión de dos golpes de estado en contra de dos gobernantes elegidos por el pueblo. Además, libró una guerra en contra de El Salvador, bajo la acusación de haber alentado un intento de genocidio contra los salvadoreños pobres radicados en Honduras. Medina, libró una guerra exitosa en contra de El Salvador en la que las tropas hondureñas, comandadas por el propio gobernante, derribaron al presidente Dueñas; e impusieron al Mariscal Gonzáles como Presidente de El Salvador. Carías Andino, por su parte, mantuvo excelentes relaciones con sus pares centroamericanos, apoyándose mutuamente en el control de los emigrados que intentaban derribar a sus gobiernos respectivos. En cambio, López tuvo que disimular su incompetencia como comandante guerrero; y mas bien, usó la derrota sufrida ante las tropas salvadoreñas en 1969, para enrumbar el proyecto militar, en un esquema de engañosas reformas políticas y económicas a partir de 1972, hasta que se resbaló en la cáscara del banano negociado en Nueva York.  Con toda su importancia, igual que José María Medina, pocos historiadores se han ocupado de la vida política de López Arellano. Es por ello, un general desconocido, una figura, deliberadamente gris que, camina --hasta que Mario Argueta le ha iluminado la cara-- entre las sombras que, le permitieron desde una personalidad artificialmente anodina y poco amenazante, disimular como nadie su proyecto de dominación política con un éxito singular. Antes de ahora, que Mario Argueta, más preparado y con mejores herramientas para estudiar y describir su personalidad y su desempeño, sólo Alberto Domínguez, se había ocupado de esbozar algunos renglones sobre la vida militar y política de López Arellano, que seguía siendo, de manera deliberada un perfecto desconocido. Incluso, pocos de sus amigos, han escrito descripciones de su estilo de gobernar, manera de dirigir las tropas bajo su mando y ni siquiera su habilidad para contar con gracia chistes de salón, ha trascendido más allá de tertulias familiares o de amigos.  Incluso, fue tan esquivo que resistió las propuestas inteligentes y encantadoras de Óscar Acosta para que escribiera sus memorias. Incluso se imaginó siempre tan distante que determinó que sus restos, no descansaran en camposanto nacional alguno, sino que descansan solitarios en los predios de la principal academia militar de Honduras, en la aldea de Mateo, en Tegucigalpa. 

Ahora, Mario Argueta, destacado historiador –con mejor disposición y más efectivos instrumentos bibliográficos que muchos— ha emprendido la tarea de develar los rincones menos iluminados de la personalidad, pensamiento y estilos de un personaje que, jugó a las sombras para imponer su voluntad y dominio exitoso sobre la sociedad hondureña durante un largo periodo. Medina fue despreciado y vituperado por los reformistas de Marco Aurelio Soto, como justificación de su fusilamiento, en carácter de enemigo que potencialmente podía derribar el gobierno liberal iniciado en agosto de 1876. Carías, fue elevado al santoral satánico por los liberales de Zúñiga Huete y sólo ha empezado a rehabilitarse, a manos de historiadores estadounidenses menos proclives a los prejuicios partidarios manejados por los historiadores hondureños. 

La tarea no ha sido fácil. Ha enfrentado dos dificultades en la construcción de la narrativa sobre López Arellano: una, la escasa confiabilidad de las fuentes nacionales gubernamentales, las dificultades de su acceso; y dos, el estilo, sibilino, huidizo del personaje que incluso, inventó con una habilidad extraordinaria, una figura gris, discreta y sin valor, en la que se amparó para dirigir al Partido Nacional, administrar al país y controlar los grupos de oposición, amparándose en ella, al atribuirle todos sus errores y dislates. Esa figura distractora se llamó Ricardo Zúñiga Agustinus, alrededor del cual, con enorme éxito, López Arellano, justificó el origen de todos sus excesos, errores y tropelías. Hasta 1975, en que tuvo que enfrentar solo, los efectos del soborno bananero es que Zúñiga es colocado a un lado y López, fue funcionario civil y dirigente militar, simultáneamente. Ricardo Zúñiga Agustinus, ha cargado hasta ahora las responsabilidades de los errores de López Arellano, sin que nadie, haya logrado diferenciar cuál de los dos hizo mayor daño y en qué momento le corresponde la cuota alícuota respectiva. Después del valioso trabajo de Mario Argueta, con López Arellano de pie, junto a sus éxitos y errores, algún otro historiador o el mismo Argueta, podrán con facilidad ofrecernos una biografía de Zúñiga Agustinus, para terminar de entender, sin ambigüedades, el largo periodo de 1954 a 1975. Argueta ha logrado presentándonos a López Arellano, solo y sin artificios, usando la información que los oficiales de la embajada de los Estados Unidos en Tegucigalpa, enviaban a Washington. Orientado por los juicios emitidos por esos observadores estadounidenses, Argueta, ha logrado sacar a López Arellano de la penumbra, y separarlo de Zúñiga Agustinus con enorme éxito. Gracias a una metodología muy profesional, bastante exacto y con la información indicada, nos da un retrato muy confiable mediante el cual, podemos entender a López Arellano como líder militar y político, en sus grandes momentos, en sus debilidades, en sus triunfos, errores; y en sus delitos. Pero además, Argueta logra identificar los documentos públicos que más explican las crisis que enfrentó López Arellano, de modo que tenemos la versión nacional de los subordinados de López Arellano, y los juicios de los oficiales de la embajada de los estados Unidos, sobre la conducta y posturas del gobernante castrense. 

Lo dicho, se refleja en “Oswaldo López Arellano, dos golpes y una guerra”, de Mario Argueta y publicada por editorial Guaymuras.

El primer hallazgo de Argueta sobre López Arellano es que a este no le gustaba el ejercicio del día a día del gobierno. Le gustaba ser el que decía la última palabra, resolviendo problemas por medio de una táctica sencilla. A OLA, nunca le interesó el manejo de la administración pública.  Argueta nos da la clave del éxito de López Arellano, cuando, escribe que “a diferencia de éstos (general Rodríguez, coronel Carraccioli y mayor Gálvez Barnes, miembros de la Junta Militar de Gobierno), a quienes los problemas administrativos les absorbía todo su tiempo, ( a López) su posición, le permitía mantener una relación estrecha y constante con sus colegas militares, lo que supo aprovechar inteligentemente” (Gautama Fonseca, Cuatro ensayos sobre la realidad política de Honduras, Ed. Universitaria, Tegucigalpa, 1982, pags. 116,121, citado por Argueta ). 

Tal descubrimiento, explica adicionalmente porque López Arellano, fracasa en el último tramo de su vida. Se involucró más que nunca y en forma indebida, en las tareas administrativas en donde él era menos competente.

En 1956, López Arellano, es quien está más disponible, más accesible para los liberales que, quieren ser oídos por una institución que sienten, hermética y conservadora, cachureca y “cariísta”; pero inevitablemente, indispensable para permitirles llegar al poder. Los liberales, temen que la candidatura de Juan Manuel Gálvez, --unificando a los nacionalistas--, era difícil de vencer en unas nuevas elecciones generales, por lo que se inclinaron por una elección de segundo grado, desde la Asamblea Constituyente. López Arellano escucha a los liberales “villedistas”, --es gentil, bromista, contador de chistes, bebedor -- y no tiene ánimo de lucir inteligente o dominante con ellos. Su mayor éxito fue comprender el temor de los liberales, deseosos de conocer por donde se inclinarían los militares, debido a que, para ellos, la mayoría de los oficiales se les consideraba nacionalistas. Para esto, apoyó la elección de segundo grado para el presidente de la república por la Asamblea Constituyente, a cambio de asegurar la continuidad de los más influyentes oficiales de los que se había convertido líder (Armando Escalón, Armando Flores Carías, Raúl Galo Soto) que no querían ser desalojados de sus mandos, sustituidos por oficiales subalternos suyos. Y que a él, se le nombrara Jefe de las Fuerzas Armadas. La autonomía de las Fuerzas Armadas y el cargo de Jefe de las mismas, le dio a López Arellano, una función de co-presidencia con Villeda Morales, de acuerdo a su estilo de cuidar la institución militar, era idónea porque le permitía darle a los civiles la dirección del Poder Ejecutivo. Se había iniciado la consolidación de las Fuerzas Armadas y López Arellano representaba su máximo liderazgo. Por el lado institucional enfrentaba a los hombres armados no burocratizados, --los llamados militares descalzos--, antiguos participantes de las guerras civiles que rechazaron la incorporación constitucional de la institución armada con autonomía y manejo autónomo de recursos públicos. En 1959, un grupo de diputados liberales pedirán la eliminación de la autonomía de las Fuerzas Armadas. Y ese mismo año, Armando Velásquez Cerrato, al levantarse en contra del gobierno liberal, pondrá en precario a OLA. Y, con la creación de la Guardia Civil y sus efectos en la duda jerárquica del monopolio de la fuerza, será justificación para el alzamiento militar del tres de octubre de 1963, manejado, sin resistencia por ningún oficial armado, por López Arellano, que de esta forma logra la cima de su carrera.

Después del 3 de octubre de 1963, Argueta nos explica cómo López Arellano, consolida su liderazgo, derribando a los liberales y pactando con los nacionalistas que los hacen  presidente de la República en 1965. Hasta 1968, el gobierno de López Arellano no tiene dificultades para gobernar. Zúñiga Agustinus hace el trabajo y López Arellano, mantiene sus relaciones con sus compañeros dejando a Zúñiga Agustinus en la sombra dirija al país, sin dificultad. En el año citado, el gobierno de López tiene que enfrentar marchas, huelgas y pronunciamientos desde la sociedad civil, que sólo serán neutralizados por el conflicto guerrero con El Salvador. Argueta nos explica a los lectores y estudiosos, la naturaleza y génesis del primer conflicto interno que el modelo de gobierno de López Arellano, enfrentó. El estilo concentrador de Zúñiga Agustinus, no siempre le gustaba a todo el mundo. La mejor prueba la tenemos en la crisis que se dio en 1975, durante el gobierno de Ramón E. Cruz y en el que López vuelve a ser co-presidente desde el cargo de Jefe de las Fuerzas Armadas que entre el liderazgo de Zúñiga Agustinus y el Ing. Miguel Ángel Rivera, Ministro de Planificación al criticar a éste y su estilo de aletargar las decisiones, por lo que le pide a López que se encargue de las tareas de líder de la república. López Arellano lo atenderá a medias: depone Monchito Cruz; e, inicia la fase reformista, la que Argueta no trata, haciéndonos esperar que escribirá un nuevo libro para arrojar luz sobre el que fue sin duda, el periodo más reformista de los tiempos de López Arellano.

Argueta aporta a la bibliografía hondureña una nueva vía para la construcción histórica. Ante la limitación de las fuentes nacionales y el escudo que se creó para gobernar y no asumir responsabilidades en nombre de la defensa de la institucionalidad militar, a López Arellano, había que estudiarlo desde fuentes primarias, cercanas sin confiar en fuentes militares, aprovechando en cambio fuentes diplomáticas estadounidenses. Las informaciones de la Embajada de los Estados Unidos en Tegucigalpa, es interesante; pero cómo es natural muy frágil, cosa que Argueta entiende. Por lo que la respalda con documentación nacional confiable. Los oficiales de la embajada son simples por momentos, sin matices, en otros. Reflejan, eso sí, muy bien los momentos juzgados; pero no tienen en cuenta antecedentes. Quienes escriben informes son burócratas, no historiadores. Por ejemplo, se pasa por alto en la formación del carácter del biografiado, la índole de las familias de las cuales proviene, que forman parte de las élites de La Esperanza, Danlí y Santa Bárbara. Y que, los Arellano, son parte de los grupos dominantes del Partido Liberal, emparentados con muchas figuras sobresalientes de la economía exportadora nacional. Y el hecho que haya ingresado a la Fuerza Aérea –al mismo tiempo que Enrique Soto Cano, su contemporáneo que tenía juicios muy certeros que echan por tierra mucho de los ladrillos con los que se han construido la imagen de López Arellano en el libro de Argueta— tiene que ver con la circunstancia que allí sólo llegaban los miembros de las familias de la confianza del dictador Tiburcio Carías Andino.  Tampoco, explican el ascenso de López Arellano al Ministerio de Defensa, que fue de alguna manera fortuito, porque quien iba para ese cargo era el coronel Chinchilla, director de la Penitenciaria Central, y amigo de López Arellano, porque manejan relaciones amorosas con dos hermanas; pero que, al final declina el cargo, porque prefiere quedarse en la PC. Para entonces la PC era uno de los más fuertes destacamentos armados de la capital. Chinchilla, creyó que era mejor seguir en la PC, para su interés particular, porque el cargo de ministro era de muy corta duración. Tampoco tienen en cuenta la suerte de López Arellano –que no soló dejó de volar cuando un viento cruzado casi le hace perder el DC-3 de la FA en Marcala--, sino que, en ese cargo que no quiso su amigo Chinchilla, encontró a Ricardo Zúñiga, bajo cuya sombra empolló y desarrolló su carrera política; e, incluso hizo su liderazgo militar, basado en pequeños grupos de amigos, que ascienden juntos; y, que participan como logias cerradas en los distintos niveles de poder que van logrando. Sin embargo, estas fuentes en manos de Argueta –diestro y experimentado— han permitido por primera vez, deslindar la figura de López Arellano, aislarlo de Zúñiga Agustinus y enfrentado a sus decisiones, solo y responsable por las acciones de gobierno, por error o por omisión.

Las habilidades de Argueta, le permiten, usar los recursos de fuentes diplomáticos frágiles por las razones apuntadas previa la prueba de la connotación nacional. Dándonos un nuevo López Arellano, sin excusas y subterfugios, bajo las luces singulares de la historia, como un hombre responsable de sus acciones. Y no lo aísla de las realidades y circunstancias de su tiempo, sino sobre un escenario muy bien descrito, tras el gobierno de Ramón E. Cruz, muestra cómo, neutraliza la inconformidad de los campesinos y los obreros que después del discurso en contra de las 14 familias salvadoreñas usado durante la guerra de 1969, encontraron en López Arellano el reformista que le dio esperanza en que era posible, bajo su liderazgo, mejorar el nivel de vida de los más pobres del mundo rural. Argueta muestra como López Arellano, usa las debilidades de Cruz Uclés para el ejercicio del gobierno, las fisuras entre Zúñiga Agustinus y el Partido Nacional, y las aprovecha para darle una salida a la crisis y permitirle regresar, otra vez, al poder, ejercido en forma directa. Esta parte del libro es posiblemente la mejor, tanto por cercana como porque ha sido poco explorada y además, porque Argueta acompaña el libro que comentamos de fuentes documentales nacionales primarias de extraordinario e indiscutible valor. No sólo porque explican las costuras rotas del tejido socio- económico de la sociedad hondureña, sino que además porque señalan las debilidades de una sociedad como la nuestra, ante las fáciles salidas de reformismo, por las que López Arellano pretendió, sin mucho éxito, por primera vez, huir de la tutela de los partidos y emprender la tarea de gobernar solo, atendiendo –sin habilidades para ello– las responsabilidades administrativas y políticas, sin recursos suficientes para enfrentar las debilidades de algunos de sus ministros que, todavía no han sido juzgados por sus acciones. Sino que, mas bien ilumina las debilidades de los sectores populares para ser emboscados por los reformistas como López Arellano; y, por otros, que, aunque ganaderos, levantan las banderas en favor de los humildes, cuando lo que buscaban era la protección de sus propios intereses. 

Otro gran libro de Mario Argueta con el cual, enriquece la bibliografía nacional y aumenta desmesuradamente la deuda que tenemos los hondureños con su profesionalismo, su capacidad y dedicación a la tarea de iluminar la historia, no como una pira para juzgar agravios, sino que un camino para entender el pasado; y, evitar las repetidas y dolorosas emboscadas del poder en contra de las esperanzas de la ciudadanía.

 Tegucigalpa, julio 27 de 2024

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