OQUELÍ, EL MAESTRO

 Juan Ramón Martínez


Pasado mañana se cumplen 20 años de la muerte de Ramón Oquelí. Había nacido en Tegucigalpa el 10 de julio de 1934. Hizo la escuela primaria y la secundaria en Tegucigalpa. Cursó estudios de derecho en Madrid. Al regresar a Honduras, fue Juez de Letras en Comayagua. Regresó a Tegucigalpa y empezó fecunda labor como docente de sociología en la UNAH. Empezó a escribir para “Tiempo” de San Pedro Sula. Sus valiosas colaboraciones periodísticas, nutridas de ideas y valiosas sugerencias, fueron publicadas en dos tomos por la “Editorial Universitaria” de la principal universidad del país. “Gente y situaciones”. Su obra como historiador, iluminada por nuevas perspectivas y metodologías desconocidas en Honduras, le convirtieron en el maestro irrepetible de una generación de políticos, historiadores y sociólogos que nadie podrá superar. Murió, después una vida dedicada a la enseñanza y al cultivo del pensamiento, el 18 de agosto de 2004, dejando un tremendo vacío que nadie ha podido llenar hasta ahora, no porque no haya intentos, sino por la calidad de la obra de Oquelí y el extraordinario magisterio que cumplió, desde la cátedra luminosa, hasta la ruidosa cercanía de la tertulia española trasplantada a Tegucigalpa. 

Fue nuestro maestro en el CUEG, en los setenta. Nos enseñó sociología y nos animó a la lectura; y, a la reflexión. No hizo trabajo ideológico, aunque no escondió nunca sus visiones materialistas de la historia, que moderó por el pensamiento de los españoles, Ortega, Marías y Xubiri. Es el pionero de la aplicación del modelo generacional de Ortega, y gracias al cual, tenemos el mejor estudio de las generaciones que ha habido en el país, desde José Cecilio del Valle. De éste, Oquelí, realizó la más completa investigación, dejándonos una síntesis luminosa de todas las ideas y asuntos que ocuparon el interés del primer intelectual de la ilustración en Centroamérica.

Su cátedra era un ejercicio de talento, una visión de la amplitud de sus lecturas acumuladas; y una suave propuesta de lo que debían ser las visiones de sus alumnos, frente a la realidad. Pero lo más importante es que, como historiador, Oquelí, supera a Medardo Mejía y Rafael Heliodoro Valle e impulsa a Argueta. Al primero introduciendo la fuente, como base de la credibilidad, reduciendo el espacio para la opinión; o, la introducción de la ideología distorsionante. Y, al otro, con la iluminación de una visión filosófica que indaga sobre el fin de la narración de los hechos, más allá de las moralejas que nos tenían acostumbrados los nostálgicos de una moral que podía torcer, cómo después lo intentara la ideología, la comprensión de los hechos. Con Ramón Oquelí, entendimos que la historia, es la búsqueda de la libertad; y, que en los hechos, hay que apreciar sus vinculaciones para encontrar procesos vitales en que la sociedad hondureña, ha intentado vencer, en forma repetida y algunas veces inconsciente, los hados que paralizan la marcha hacia la modernidad.

En Oquelí, hay la seguridad que la historia, ha evitado el culto escolar a los héroes. Una vez me preguntó que, qué pensaba de la legalidad de la rebelión de Herrera y su captura por tropas federales. Le respondí que jurídicamente Herrera había incurrido en delito. Coincidió conmigo. Era un hombre extraordinariamente honrado. Me llamó la atención que aceptarlo, significaba poner en duda la legitimidad de la intervención de Morazán en la vida política centroamericana. Y si destruimos esto, qué nos queda, repitió, mientras dejaba la conversación interrumpida, para siempre.

Manejamos discrepancias. Todas literarias. El creía que Sosa era superior a Molina; y yo, que pensaba no morirme sin publicar una novela. “Deje eso para Escoto, que es el experto, usted dedíquese a lo que sabe, análisis político, es su tarea”, dijo una vez, en las tertulias fraternas de la Editorial Universitaria.

A 20 años, de su muerte, la historia hondureña, enfrenta graves dilemas. Sirve al poder; o se distancia y se defiende de los que desde la tentación de reescribirla, para justificar ideologías o favorecer heroicidades falsas de procesos artificiales, sin base documental. Estaría espantado, viendo que otra vez, --en pequeño ridículo--, llegamos tarde a la feria de las ideas. Y, en vez de avanzar, hasta donde el llegara, algunos quieren caminar hacia atrás. La muerte, como todos los grandes, consolidó sus ideas y metalizó su magisterio entre sus discípulos, --entre los que, me cuento--, firme y orgulloso.

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