UN “CNE”, BLINDADO
Juan Ramón Martínez
Si antes de lo ocurrido en Venezuela, era justificada la preocupación de varios sectores, sobre la independencia de los miembros del Consejo Nacional Electoral, como condición básica para unas elecciones legítimas; ahora, después de la vergüenza de Caracas, la preocupación es mayor. Resulta que, en la prisa con que se procedió –en las negociación entre Asfura y Zelaya-- , el tema central no eran las elecciones, sino que el intercambio de favores. Por ello se pasó por alto el respeto a las exigencias que debían reunir los consejeros. Y además, si estaban habilitados o no, para ocupar los cargos por no tener compromisos con otras instituciones. Lo que la ley prohíbe. De forma que ahora, el escenario que tenemos no sólo es la irregular intervención de líderes que en forma individual entran en conflicto con las autoridades legítimas de dos de los partidos, sino que, además, problemas formales que hay que corregir, tanto en propietarios y suplentes, si queremos evitar que, en el futuro, estas limitaciones formales, sean utilizadas para declarar ilegales las elecciones. O, suspenderlas.
Para dejar claras desde el principio las circunstancias y no crear bases en que puedan ser cuestionadas la calidad de las elecciones, hay que empezar por el principio, cómo dicen los tontos. Las elecciones no sólo son de interés para los políticos –buenos o malos; demócratas o autoritarios– sino que se han convertido en un objeto del deseo para tecnólogos, empresarios, comerciantes de baratijas, asesores, encuestadores; e incluso “adivinos”. Por ello es que, además, de la declaración de independencia de Paola Hall, hay una sorda pugna de intereses nacionales e internacionales, para colocar sus peones, en los cargos de decisión; y, conseguir contratos de trasmisión de resultados, equipos de identificación, encuestas, sistemas de formación de formadores, construcción de cabinas, impresión de boletas electorales, etc.
De modo que en la medida en que ha pasado el tiempo, especialmente en los últimos 22 años, los procesos electorales, se han convertido en un bazar persa. De allí, la disputa entre actores, nacionales, internacionales; o, los testaferros de estos últimos, no con todo lo sano que siempre se imaginó; sino que mas bien, los argumentos, que se usan entre las partes, frecuentemente, incluyen engaños que, no nos merecemos.
Y cómo las cosas están relacionadas, la defensa de personalidades, la exaltación de confiabilidades, experiencias e independencias profesionales, no siempre respetan la verdad. En algunos casos, son verdaderas emboscadas para proteger negocios en el interior del CNE, donde no sólo se defiende la democracia, sino que se protegen turbios, deleznables y obscuras componendas. Por ello la honorabilidad de los consejeros, en lo esencial, como en lo formal, es fundamental. Paola Hall debe darnos pruebas que no obedece las instrucciones de un expresidente liberal; que, en la votación del 11 de septiembre, impedirá que Marlon Ochoa, --el más peligroso-- dirija uno de los procesos: ni el interno; y, menos, el general de noviembre 2025. Cossette López, por su lado, tiene que confirmar –con la buena voluntad del Congreso Nacional– que su nombramiento carece de impedimentos que puedan ser usados por los que pierdan las elecciones, para buscar su anulación. Hay que dejar claro que, al momento de su elección, era o no, diputada al Parlamento Centroamericano. Igual cosa debe ocurrir, con los consejeros suplentes, que en el arrebato de Asfura por lograr el pacto con el PLR, no tengan iguales inhabilidades, porque ya no se puede hacer nada en vista que se tiene conocimiento que no son muy claras sus virtudes democráticas, porque son personalidades desconocidas, aunque hayan corrido en listas electorales en las últimas elecciones en el PLR.
Es fundamental, para concluir que en términos electorales –por mientras el CNE no sea dirigido por personalidades independientes, distantes de los líderes partidarios— es necesario tener cuidado en la integración de las autoridades elegidas por el Congreso Nacional. No sólo se trata que “la mujer del César sea honorable, sino que lo parezca”. Mucho más cuando, lo que se disputa además del destino, salud y pervivencia de la democracia, debemos evitar la pelea por millones de lempiras, tras las trastiendas, por parte de voraces intereses que, en forma de inventadas asesorías, mecanismos de divulgación de resultados, impresión de boletas electorales y otros instructivos, sean aprovechados por los corruptos, los de aquí y los de afuera, para hacernos daños a los hondureños. Y a la democracia.
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